dedicado a mi amigo y compañero el gordo. Yo se que alguien se animó, y terminó abriendo el otro ojo, el izquierdo, el paso desafortunado, pero el correcto...tango que te lloro violento entre árboles sucios y piernas delgadas, esas piernas estiradas de la mujer violenta, agresiva, con una serena mirada, una seducción constante, y la causante de la apertura del ojo izquierdo del caballero, ma´que caballero, el hombre del murgón, utiliza piernas largas como cortas, y cabeza agachada con una sonrisa punzante, haciendo polvo el suelo, polvo que no permite ver bien a él, al espectador, pero no el de adelante, al de atrás, al contrabajista, aquel que abraza su instrumento como si fuera una mujer, una gorda mujer, con todo en su lugar, y esos dedos, pulgar e índice acariciando las cuerdas, erotizándola. El hombre en cuestión, el ya contrabajista, siempre, todas las noches y también algunos días se esconde en el rincón, sabiendo que mantiene el ritmo de toda la banda, el oído de la gente, sin aparecer, no le busquen traumas psicológicos a este pobre músico (pobre de vez en cuando), porque no los tiene, tampoco timidez, es carencia de algo, y el cierre del ojo izquierdo indicó la carencia de que. La música es un candombe con toda pinta de valsecito, con poesía de milonga, y con pinta de mezcla, es sólo distintas mentes en distinto momento en el mismo lugar, en el escenario, ahora en baires, quizás mañana en Montevideo, y ya exportados en Budapest, Ginebra o Katmandú, tal vez Berlín... Peludo, que mueves la hoguera, deja ese vino, trae esa pena, no vamos a solucionarla, no vamos a olvidarla, pero vamos a tumbarla, a guardarla en el pozo del contrabajo, que el rinconero junte las lágrimas caídas con un susurro devastador, sin blasfemar, dibuje capitán...dibuje malevo...y ahora las tradiciones son modas, y el mensaje es aplauso. |
domingo, agosto 26, 2007
Murga, candombe y tango (o el contrabajista)
jueves, agosto 23, 2007
Hijo del polvo
Acaricio las nuevas maderas que decoran el galpón, ambiente cálido, y tóxico. Puro insomnio tuvo la chica que se acostó aquí después, aquí, donde el hombre, ningún don Juan, piso con sus zapatos cada uno de los azulejos blancos, que el niño verde ve dorados, ese hombre supongo que soy yo, que luego de la siesta, se sentó, me senté en la mecedora del vecino, el viejo vecino, tiró la mecedora al darse cuenta los cambios en el barrio, o sea que las veredas ya no soportaban sus miradas de madurez e incongruencia. En el preciso momento en que estrenamos la habitación, la niña despierta sacó sus lágrimas al polvo, supongo que recordó mi violación, o su violación sobre el niño verde, si señora si, la sangre en los azulejos recién lavados…que putrefacta misericordia le tienen las señoras grandes a una chiquilla que su mayor, por no decir única, habilidad (facilidad) es sufrir. Las paredes se ríen de las frases inútiles, ya aprendieron a ser paredes, dejando lo trillado en la basura, no hablan, sólo sostienen y son maquilladas, pero las nuevas maderas le quitaron su exclusividad de ojos, ya fueron Van Gogh, pero no todavía Stevie Wonder. La pasta está servida en el otoño caluroso, la pasta se sirve en el pasto, la pasta ya no es italiana, la pasta no es de nuestros hermanos…tanto lío por unas maderas nuevas, si fuese metal hubiesen ofrecido carne, para todos nuestros invitados. Yo no me considero invitado, más bien visitante, un incómodo y aprovechable visitante. Pobre niña, me señala el baño, se habrá olvidado el papel higiénico o el papel quizás me lo olvide yo, ya recuerdo en la vieja balsa de madera, que rompieron para crear las nuevas maderas, si, definitivamente allí me olvidé el papel, tendrá que secarse con diario, lamentablemente con noticias tristes. Ponerme a hacer trabajo pesado a mí, figura de escuerzo, atolondrado, esa solidaridad inmune que el gallo no quitó con su pico el día que me quitó el alma. Voy a dejarme caer en el azulejo, a vomitar la pasta, sin limpiarla luego, voy a quemar los techos, a reconciliarme con las paredes, y a visitar otra casa, la mecedora se rompió, el inodoro se tapó, la niña abortó y se murió…me alcanzás la galera? |
miércoles, agosto 15, 2007
Pequeña inmensidad
Cuando el agua es igual al cielo. Lo de arriba es lo de abajo, y el suelo es el techo. En el centro… uno. ¿A qué me refiero? A ese momento donde las nubes, y los colores temporales (amanecer – medio – atardecer) forman una orilla que expresa el fin de un lago, de un mar, de pequeñas lagunas aisladas. Un océano no, eso es cuando las nubes no son visibles. Debajo, en el sur, se encuentra el agua ya conocida, la de tierra firme, la nadada, la bendita, la no viva, pero sensible. En ese centro entre las dos playas, el uno se siente chiquito y alegre, sabe que nunca se secará. Si alguna vez eso sucede, comenzará a llorar, por tristeza, y además obviamente, por necesidad acuática. |
lunes, agosto 13, 2007
Escalera
Nos animamos a subir? nos animamos a pasar al cuartito de arriba?, esos ruidos, esos pasos intrigantes, parecen gatos, parecen ancianos rejuveneciéndose con actividades fraternales, parecen hombres con mano de hierro, queriéndonos castigar... la única certeza es esta oscuridad que nos separa. La escalera es negra y se ve fuerte, como para sujetarse con placer, nada de sentarnos en el camino eh!, será un camino largo hacia la cima... Ah, salvo que no quieras llegar a la cima, y te guste la planta baja, la planta de la espera... No me mires así, no soy un exitista, pero estamos aquí muertos de hambre, saciados de sexo, y si... quiero llegar rápido hasta la cumbre, porque la costumbre del fondo me convirtió en goloso. El suelo no quiere más mis lenguas, los escalones no quieren más los callos de mis pies... No subas gateando, desarmaras la escalera, nuestra única salvación... Luego le tendremos que agradecer a la arquitecta, Paula es su nombre, ella subió en elevador, pero es chica de buena familia, y mas importante aún, buen alma... No me observes así, no me acosté con ella, solo fue un favor de amigos, ella me construye la escalera que nos saca de la pobreza, y luego nosotros armamos su castillo de arena, de acuerdo? |
sábado, agosto 11, 2007
Tu – (b)vería - mente
Drenaje emergente de las napas apáticas histéricas del agua, Acuáticas históricas, perversas idiotas Idea sincera, la espera austera de espejos perplejos, destellos de bellos pasares ajenos idénticos, excéntricos Exilio de una luz inerte despierte la marmota, y experte las solas fuentes de sangre, verde, salvia los caños… rotos. |
domingo, agosto 05, 2007
Avant Piquet
- Sobre las verdades que nunca dije, y las mentiras que solía siempre decir, no existe alguna que no se asemeje a la mismísima verdad – afirmó Carlos Segundo.
- Verdades con bigotes, querrás decir – le agrega Luis Tercero al discurso de Carlos II.
- Verdades barbudas y sin afeitadora cerca. Permanentes y orgullosas.
- ¿Mataste o no mataste, Carlos II?
- Me disparé y me equivoqué. Y vio como es esto Don Luis… cuando uno menos quiere, siempre hay ventanas cerca.
Largas horas permanecieron Carlos II (primo de Carlos I) y Luis III (hermano de Luisa XI) sin comprenderse, la búsqueda de una verdad era en vano, porque la seguridad de existencia de verdades brillaba por su ausencia, y éste delito no era el primero en no tener a la verdad como prenda de vestir.
Carlos II es zapatero, alto, de aproximadamente cincuenta años de edad, cuyos treinta fueron como zapatero de profesión; ciego de un ojo como consecuencia de un accidente automovilístico donde manejaba Luis III, oficial de la policía e íntimo amigo de Carlos II desde el primer equipo de waterpolo del que fueron parte ambos.
En la discusión por conseguir la verdad de otro homicidio causado por Carlos II, también participaba Roque (otro ex jugador de waterpolo). Él no habla hace tres años. Cuando le dijeron que tenía tono de voz intolerable, denso y asesino a los oídos, Roque decidió llevar un anotador y un lápiz en su bolsillo por siempre, y escribir todo lo que antes decía oralmente. Roque oficiaba de locutor radial, ahora es dactilógrafo.
- No es la primera vez que falla tu intento de suicidio, tienes que arreglarte ese ojo, ya provocaste demasiadas muertes ajenas – escribía Roque en un papel emitiéndole su opinión a Carlos II.
- Pero mudito, cuesta un fangote de guita esa operación ocular. Además si no voy a vivir más, ¿para qué quiero morir con los ojos sanos? Es estúpido. – retruca Carlos II.
-Ay Carlitos II, Carlitos II, ya te olvidas del motivo de tu empecinamiento por quitarte la vida eh!; te refresco: se debía a que nunca ibas a poder conseguir esa cantidad de plata que requiere la operación – dice Luis III con aires de soberbia.
- Aja, aja; tenés toda la razón, me había olvidado de eso. Pero ahora que me haces acordar, querido amigo, el arreglo de mis ojos lo deberías pagar vos, por causar el accidente al conducir como la mona – refuta Carlos II, alterado.
- ¡Qué caradura relustaste ser, zapatero! Yo soy un as al volante, ¿cómo te atreves? – se desquita Luis III, ofendido.
- Es hora de que desembuches entonces, después de tantos años merezco saber, ¿por qué, siendo tan buen conductor como sabemos que lo sos, nos mandaste al muere contra el barranco? – suplica la verdad verdadera Carlos II.
- No fue mi culpa. Lo confesaré luego de tantos años. Me sentí agobiado, abrumado… por la radio. –llorando Luis III relataba la verdad verdadera- La culpable fue la radio, el locutor de la radio mejor dicho. No, no, el que permitió que ese locutor trabaje en una radio nacional fue el culpable.
- No logro comprender amigo.
- Roque, Roque era el locutor… a ti te encantaba su programa Carlitos II, te volvía loco y te encontrabas feliz escuchándolo, pero no pude soportar más su voz, y en ese momento pensé : “mejor morir que continuar con esta tortura”. –gritó Luis III sacándose una mochila de la garganta.
En ese preciso instante Roque sujetó a Carlos II, tomó la pistola del bolsillo interno de su saco, y se disparó en la cabeza, quitándose, de esta manera, la vida… la verdadera vida.
Carlos II y Luis III quedaron mudos, por siempre.
- Verdades con bigotes, querrás decir – le agrega Luis Tercero al discurso de Carlos II.
- Verdades barbudas y sin afeitadora cerca. Permanentes y orgullosas.
- ¿Mataste o no mataste, Carlos II?
- Me disparé y me equivoqué. Y vio como es esto Don Luis… cuando uno menos quiere, siempre hay ventanas cerca.
Largas horas permanecieron Carlos II (primo de Carlos I) y Luis III (hermano de Luisa XI) sin comprenderse, la búsqueda de una verdad era en vano, porque la seguridad de existencia de verdades brillaba por su ausencia, y éste delito no era el primero en no tener a la verdad como prenda de vestir.
Carlos II es zapatero, alto, de aproximadamente cincuenta años de edad, cuyos treinta fueron como zapatero de profesión; ciego de un ojo como consecuencia de un accidente automovilístico donde manejaba Luis III, oficial de la policía e íntimo amigo de Carlos II desde el primer equipo de waterpolo del que fueron parte ambos.
En la discusión por conseguir la verdad de otro homicidio causado por Carlos II, también participaba Roque (otro ex jugador de waterpolo). Él no habla hace tres años. Cuando le dijeron que tenía tono de voz intolerable, denso y asesino a los oídos, Roque decidió llevar un anotador y un lápiz en su bolsillo por siempre, y escribir todo lo que antes decía oralmente. Roque oficiaba de locutor radial, ahora es dactilógrafo.
- No es la primera vez que falla tu intento de suicidio, tienes que arreglarte ese ojo, ya provocaste demasiadas muertes ajenas – escribía Roque en un papel emitiéndole su opinión a Carlos II.
- Pero mudito, cuesta un fangote de guita esa operación ocular. Además si no voy a vivir más, ¿para qué quiero morir con los ojos sanos? Es estúpido. – retruca Carlos II.
-Ay Carlitos II, Carlitos II, ya te olvidas del motivo de tu empecinamiento por quitarte la vida eh!; te refresco: se debía a que nunca ibas a poder conseguir esa cantidad de plata que requiere la operación – dice Luis III con aires de soberbia.
- Aja, aja; tenés toda la razón, me había olvidado de eso. Pero ahora que me haces acordar, querido amigo, el arreglo de mis ojos lo deberías pagar vos, por causar el accidente al conducir como la mona – refuta Carlos II, alterado.
- ¡Qué caradura relustaste ser, zapatero! Yo soy un as al volante, ¿cómo te atreves? – se desquita Luis III, ofendido.
- Es hora de que desembuches entonces, después de tantos años merezco saber, ¿por qué, siendo tan buen conductor como sabemos que lo sos, nos mandaste al muere contra el barranco? – suplica la verdad verdadera Carlos II.
- No fue mi culpa. Lo confesaré luego de tantos años. Me sentí agobiado, abrumado… por la radio. –llorando Luis III relataba la verdad verdadera- La culpable fue la radio, el locutor de la radio mejor dicho. No, no, el que permitió que ese locutor trabaje en una radio nacional fue el culpable.
- No logro comprender amigo.
- Roque, Roque era el locutor… a ti te encantaba su programa Carlitos II, te volvía loco y te encontrabas feliz escuchándolo, pero no pude soportar más su voz, y en ese momento pensé : “mejor morir que continuar con esta tortura”. –gritó Luis III sacándose una mochila de la garganta.
En ese preciso instante Roque sujetó a Carlos II, tomó la pistola del bolsillo interno de su saco, y se disparó en la cabeza, quitándose, de esta manera, la vida… la verdadera vida.
Carlos II y Luis III quedaron mudos, por siempre.
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