- Sobre las verdades que nunca dije, y las mentiras que solía siempre decir, no existe alguna que no se asemeje a la mismísima verdad – afirmó Carlos Segundo.
- Verdades con bigotes, querrás decir – le agrega Luis Tercero al discurso de Carlos II.
- Verdades barbudas y sin afeitadora cerca. Permanentes y orgullosas.
- ¿Mataste o no mataste, Carlos II?
- Me disparé y me equivoqué. Y vio como es esto Don Luis… cuando uno menos quiere, siempre hay ventanas cerca.
Largas horas permanecieron Carlos II (primo de Carlos I) y Luis III (hermano de Luisa XI) sin comprenderse, la búsqueda de una verdad era en vano, porque la seguridad de existencia de verdades brillaba por su ausencia, y éste delito no era el primero en no tener a la verdad como prenda de vestir.
Carlos II es zapatero, alto, de aproximadamente cincuenta años de edad, cuyos treinta fueron como zapatero de profesión; ciego de un ojo como consecuencia de un accidente automovilístico donde manejaba Luis III, oficial de la policía e íntimo amigo de Carlos II desde el primer equipo de waterpolo del que fueron parte ambos.
En la discusión por conseguir la verdad de otro homicidio causado por Carlos II, también participaba Roque (otro ex jugador de waterpolo). Él no habla hace tres años. Cuando le dijeron que tenía tono de voz intolerable, denso y asesino a los oídos, Roque decidió llevar un anotador y un lápiz en su bolsillo por siempre, y escribir todo lo que antes decía oralmente. Roque oficiaba de locutor radial, ahora es dactilógrafo.
- No es la primera vez que falla tu intento de suicidio, tienes que arreglarte ese ojo, ya provocaste demasiadas muertes ajenas – escribía Roque en un papel emitiéndole su opinión a Carlos II.
- Pero mudito, cuesta un fangote de guita esa operación ocular. Además si no voy a vivir más, ¿para qué quiero morir con los ojos sanos? Es estúpido. – retruca Carlos II.
-Ay Carlitos II, Carlitos II, ya te olvidas del motivo de tu empecinamiento por quitarte la vida eh!; te refresco: se debía a que nunca ibas a poder conseguir esa cantidad de plata que requiere la operación – dice Luis III con aires de soberbia.
- Aja, aja; tenés toda la razón, me había olvidado de eso. Pero ahora que me haces acordar, querido amigo, el arreglo de mis ojos lo deberías pagar vos, por causar el accidente al conducir como la mona – refuta Carlos II, alterado.
- ¡Qué caradura relustaste ser, zapatero! Yo soy un as al volante, ¿cómo te atreves? – se desquita Luis III, ofendido.
- Es hora de que desembuches entonces, después de tantos años merezco saber, ¿por qué, siendo tan buen conductor como sabemos que lo sos, nos mandaste al muere contra el barranco? – suplica la verdad verdadera Carlos II.
- No fue mi culpa. Lo confesaré luego de tantos años. Me sentí agobiado, abrumado… por la radio. –llorando Luis III relataba la verdad verdadera- La culpable fue la radio, el locutor de la radio mejor dicho. No, no, el que permitió que ese locutor trabaje en una radio nacional fue el culpable.
- No logro comprender amigo.
- Roque, Roque era el locutor… a ti te encantaba su programa Carlitos II, te volvía loco y te encontrabas feliz escuchándolo, pero no pude soportar más su voz, y en ese momento pensé : “mejor morir que continuar con esta tortura”. –gritó Luis III sacándose una mochila de la garganta.
En ese preciso instante Roque sujetó a Carlos II, tomó la pistola del bolsillo interno de su saco, y se disparó en la cabeza, quitándose, de esta manera, la vida… la verdadera vida.
Carlos II y Luis III quedaron mudos, por siempre.
domingo, agosto 05, 2007
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2 comentarios:
Hola gabi kirchúng!!!!
qué lindas tus cositas, me alegran las veces
te quiero mucho barbudo
avant piquet, avant piquet
avant piquet piquet piquet
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