Realizado por el trío mágico nocturno: Maia Minovich (http://aguaelectrico.blogspot.com) - Bruno Murase (http://ghigh.blogspot.com) - Gabriel Kirchuk (http://www.pezpajaro.com.ar) Me miró sonriendo con los ojos como nunca, moviendo sin sentido sus manos. No pronunciaba nada, no hacía falta; entendí que para mantener su genuina alegría tenía que hacer lo que me pedía: seguirla escuchando, seguirla viendo, continuar con la falsa historia que armamos en ese diminuto espacio, un intento de estadio ajedrecístico. La noté frágil por un instante y la culpa - que no era mía, sino de mi sociedad, de tu sociedad - me molestó un instante y casi me frenó. Pero lo hice igual. Retenía mi deseo de besar el vino que salía de sus rodillas, beberla hasta morirme, hasta renacer... chupar mi amanecer guardado en el cuerpo de la bruja, esta bruja con escoba de plata. Me esperaba adentro y yo me ansiaba como extensión suya. Culpa otra vez, pero sus tobillos unidos en mi espalda y sus dedos clavados en mi espalda como si fuera lo único que la aferrara al mundo. Un comienzo con la respiración sostenida, tanto placer que se confunde con el dolor y los labios de a cuatro para silenciar. Los ojos abriéndose para comprobar si tan real como se siente y una sonrisa de alivio porque recién es el comienzo de esta carrera de electricidad y violencia. Dejé entonces la noción sobre los límites que diferenciaban al que llevaba un nombre del que se llamaba distinto y solo podía seguir para extender la superficie que al alcanzar la totalidad explotaría para tener forma (y ya no deseo), tener identidades muertas y fundirse con su sangre en el esplendor del grito del que conoce lo que nunca va a poder dejar... pero la escoba, el palo metálico ese, qué miedo la puta madre, mirá, todo bañado de rojo por no tomarme más el vino. Ya está; limpiar, hay que limpiar este enchastre y a otra cosa. Duele, pero, qué se le va a hacer... ahí está, nada derramado aquí, no pasó nada, se la habrá tragado la tierra, yo qué sé. Me dolió más a mí que a ella, pero la única forma de desarmar el rompecabezas de 487 piezas que ella, la muy burguesa, había armado en mi corazón, había creado un soldado con flores en su discurso. Ahi tiene sus flores... en sus labios, cuando comienza a descomponerse su rico cuerpo. Y si no existe más es tu culpa. La de tu sociedad, que no me dejaba dormir tranquilo con ella por ahí con tanta verdad. Ya lo sé, necesitar mentiras para el sueño es infame. La caja de zapatos donde convivíamos tenía demasiado olor, y ahora diseñé el mejor desodorante de ambientes, ella, la ausencia de ella, la ausencia de lo insignificante que era yo al lado de ella, sus movimientos alienados pisando a los míos, rectilíneos uniformes. El perfume de sus dedos luego de entrometerse debajo de mis testículos. Ese amor se fue, porque me cansé de soportar a la actriz de la vida más linda que el viñedo de sus rodillas pudo haber dado al mundo. Fui el oyente de sus plegarias, el director de sus lamentos, el gusano de sus entrañas, el guionista de sus explicaciones... el único espectador de su final; el único espectador de nuestro final. Carajo, nuestro, me involucra, el final de los dos, el final de yo con ella, ¿y qué carajos soy yo sin ella? Ya no soy oyente, ni director, tampoco gusano y menos guionista, ahora me queda la nada, el vacío de sentir, mi propio final. Y una vez muerta tú asesino yo. |
lunes, octubre 01, 2007
Último diálogo con la soledad
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2 comentarios:
Uyy! Muy buenooo, me gusto mucho, mucho, mucho!:)
Con su pérmiso lo voy a poner en mis links.
habeas data
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